La justicia poética provocó que el bueno de Kyle Fogg se adelantara a los otros nueve jugadores en pista, staff técnico y más de 10.000 personas presentes en la parroquia del basket malacitano, para poner el empate en el marcador y a posteriori llevarse el choque frente a un decadente Barça.
La Ley de la Gravedad afirma que todo los que sube, baja, y el domingo dos equipos se chocaron en puntos diametralmente opuestos en esa montaña rusa. Mientras la renovada plantilla de Plaza es el más anotador de la década, ganando cada asalto de la pelea en la liga durante el último mes, los de Bartzokas no se reconocen al mirarse al espejo con aquel conjunto que levantó la Euroliga en París o mucho más cercano, el que vapuleó al Real Madrid en el Palau con múltiples bajas.

Desde los vestuarios ambos equipos se tanteaban como los gladiadores en la arena, dibujando lo que iba a pasar en sus retinas tan solo con cruzar las miradas. Quizás por ello, los primeros 15 minutos sirvieron para probar fuerzas e ir cogiéndose la matrícula, mientras Waczynski no dejaba de anotar compulsivamente en esos arrebatos suyos, ni la contrapartida de Oleson, Tomic y Rice se quedaba corta. Las últimas dos derrotas seguidas en Europa escocían y mucho.
Cuando Doellman se levantó, vestido de calle por lesión, y aporreó en forma de arenga la protección de goma que recubre el electrónico frente al banquillo, paradójicamente los catalanes reaccionaron de su letargo para borrar el 36-26 del marcador principal. Así, la tregua se firmó por unos minutos de descanso, dejando la ligera ventaja del lado local.
Los prolegómenos de la segunda mitad no hacían más que corroborar que algo no terminaba de funcionar en el combinado culé. Una rueda de calentamiento más propia del Parque del Oeste denotaba cansancio y pesadumbre en las piernas de sus pesos pesados. La vuelta al ring sería un suplicio.

Con el depósito en reserva, Claver surcó los cielos sureños para dar la primera ventaja a los suyos, Sin embargo, poco tardaría en recargar pilas Don Alberto Díaz, pesadilla desde la noche anterior incluso para los directores de orquesta blaugranas. Tomando la responsabilidad, con el culo rozando el parqué como dicta la perfección defensiva en la biblia del baloncesto, construyó una telaraña que prosiguió la electricidad de Smith, el liderazgo de Chimpa y los libres de MVP Fogg (quien llegó a tirar hasta 23 tiros desde la personal).
Una comunión casi ensayada con el graderío hacía estallar la locura en el ecuador del último período. El gladiador foráneo no daba para más, arrodillado sobre la lona. Aunque tal y como sucede en las pelis de Rocky o Schawzeneger, poco a poco se fue levantando bajo el pitido incesante del Infierno Verde, y la muñeca de Vezenkov no perdonó desde el 6'75. Cuatro arriba, júbilo en color amarillo chillón e indignación, rabia y mucha frustración traducida en la cara del niño que agarraba la valla a pie de pista sin creerse que el esfuerzo de ''su Unicaja'' no iba a verse recompensado.

Cuan rocambolesco es el baloncesto que en la lotería de los tiros libres, un desafortunado Tomic se dejó el punto sentenciador sobre el hierro y el destino cambió con la mano de Rice impactando sobre la de su compatriota, Fogg, que viajaría a la línea por tres veces. A la prórroga. Julio César no sabía si subir o bajar su dedo pulgar. 5 minutos más.
Abatidos. El jin y el jan. El miedo y la valentía. La tristeza y el jolgorio. Escudándose en la actuación arbitral, los visitantes ya sabían que no aguantarían 5 minutos más por delante en el marcador. La tabla resonó con el vibrante tapón de N'Diaye y no hubo tiempo para más. Aquel gladiador que evitó morir en la orilla, ya estaba predestinado a seguir sufriendo el pesar de la derrota. Unicaja suma una más, pero lo mejor, un cambio de estilo que no solo le favorece, sino que le surge efecto